De Ramón Amaya se contaron muchas cosas. Que era fanático del equipo de beisbol profesional de venezuela, Magallanes, y que como él, nadie celebraba sus victorias pero, por increíble que parezca, mas apoteósicas eran las celebraciones de sus derrotas. Era el primero que se ponía al frente de una urna para enterrarlo cuando era eliminado. La pachanga que armaba en la plaza del pueblo era descomunal.
En su ocupación de celador del cine Junín de Arenas, no se le escapaba un coleado. Usaba unos lentes tan grandes, que le permitían visualizar cualquier estratagema que inventara, alguien que pretendiera pasar desapercibido, y entrar al cine sin pagar la entrada. Los poderosos lentes binoculares, con una tecnología espacial, avanzada para la época, podían detectar los movimientos sospechosos de cualquier individuo, en un radio de acción de 100 km a la redonda, con una visual de 360° grados. Los lentes también los aprovechaba en las fiestas carnestolenda para salir disfrazado con ellos. Un simple sombrero de paja y los enormes lentes, que le ocupaban todo el rostro, bastaban. La historia del origen de estos lentes deviene de Macondo, cuando Melquiades. inventor por naturaleza, se apareció con ellos, asustando a la gente del pueblo. Cómo fueron a parar a manos de Ramón Amaya, no se sabe. Macondo es una historia de todos los pueblos de Latinoamérica. Es posible que Melquiades haya pasado por Arenas y los dejó olvidados al marcharse.
De R. A también se dijo, que sin saber manejar ni pretender hacerlo jamás, le compró un carro marca chevrolet, modelo Nova, color anaranjado, a Cruz José Gerardino. El vehículo estuvo tapado con una lona durante los largos años que le restaron de vida. Cuando falleció, la GMC, de EE.UU, fabricantes de estos modelos, lo mandó a comprar, para su colección particular, de lo conservado que estaba.
R. A no era de agraciado rostro ni figura. En un campeonato de feo, sacaba el primer lugar. El prototipo de la máquina de moler niños crudos, de Erasto, cuando olfateaba su cercana presencia, babeante, se relamía tanto de gusto, que había que acallar sus estruendosos chasquidos a trompada limpia, sino duraba meses, por el grado de insatisfacción, de no degustar el apetitoso y provocativo bocado.
R.A no tuvo esposa ni se le conoció mujer alguna. Ni descendencia. Nadie lo recuerda cuando chiquito. No hay registros fotográficos de su infancia ni de su adolescencia.
Gracias a internet, se pudo lograr copiar una imagen de esta bella criatura, que si no era Ramón Amaya cuando bebe, por lo menos es su cacareado, mencionado, y renombrado hijo, que ya desde pequeño, puede leer varios libros a la vez, siendo los lentes, el unico legado que le dejó su famoso padre.
Ramón Amaya!! que personaje tan peculiar...muy bueno Tito!!
ResponderEliminarHola Juan Carlos; linda historia, lindos cuentos, lindos poemas. Margarita de El Junquito.
ResponderEliminarramon amaya de cumanacoa era el papa de mi abuelo fernando amaya
ResponderEliminarPara que veas que siempre tenemos un doble.
ResponderEliminarRecuerdo a Ramón Amaya cuando iba al Cine Junin. Nadie se le coleaba, aunque con los primos Juan Pepita y Edgar, nos subíamos por una pared y veiamos nuestras películas. Un personaje muy peculiar de nuestro querido pueblo. Buen recuento.
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