Lo sabroso que es un mango, una teta de mango, mas si estos están, al alcance de nuestras manos, lo que llamamos Mango Bajito, .-¡válgame dios!.-. Ello justifica a los muchachos, de Arenas y Rio Arenas, cuando incursionaban en la Quinta, para agarrarse unos cuantos de estos frutos, regañados por Pedro Hernández, con su escopeta cargada de sal.
Exactamente como el mango de la foto (mango bocado) Tito palomo tiene en la casa, en Cumana, un frondoso árbol de esta variedad. Sus raíces, se meten en las tuberías, de las aguas negras y las obstruyen. El delicioso manjar que ofrece, no equipara al daño que hace. Muchas veces, Tito ha pensado, en cortarla definitivamente, pero siempre se arrepiente, de pensarlo siquiera, aunque sabe… que el tiempo le llegará. Estos días ha estado cargada. ¡Que mangos tan divinos!. Mas que una pera.
Mientras cavila, sobre su mata de mango, un niño vecino, trepado en el paredón, le pregunta, si puede alcanzar unos mangos, de las ramas que caen hacia su casa. Sin pensarlo dos veces, le responde, con un sí, rotundo. Le viene a la memoria, el caso de Chuo Figueroa, uno de los Arénense, famoso por sus ocurrencias:
Chuo, se fue a vivir para Cumana, en una zona donde los gallos que nacen y se crían allí, no pierden nunca una pelea, porque son de Tres Picos. Así se llama la zona donde vive. Resulta, que en su casa, al fondo, del fondo, por el paredón, sobresalen unas ramas, de una mata, de mango bocado. Él, y sus hijos, sobretodo estos, se aprovechaban de los frutos. Un día el vecino, dueño del árbol, le fue a reclamar a Chuo, que sus hijos, le robaban los mangos y que no lo siguieran haciendo más, porque era su mata y le agradecía, que controlara a sus hijos. “¡Está bien!”. Le respondió Chuo. “Usted tiene la razón. No volverá a pasar”. Su vecino se fue satisfecho. Pero, Chuo se quedó pensando… mientras barría el fondo de su casa, y recogía, las hojas secas de las ramas, de la mata de mango, que daba hacia su hogar. Las fue amontonando, en bolsas plásticas, y así hizo, durante varios días reunió, las que consideró, eran suficientes. Como pudo, las acomodó en su Wolsvagen,… y en él, dio vuelta a la cuadra. Se presentó, en la casa del vecino. Tocó en la reja de la entrada. No salía nadie. Fue sacando sus bolsas, llenas de hojas secas, y las vació todas, en el frente de la casa, del vecino, dueño de la mata de Mango, quien salió escandalizado, reclamándole el abuso, a lo que Chuo respondió: “¡Así, como no podemos, coger unos manguitos de la mata, aquí tiene sus hojas también!”.
Santa solución, para que el vecino fuera a casa de Chuo, el mismo día, se retractara, pidiéndole que lo disculpara, y que continuaran disfrutando de los frutos, de su mata de mango.
Por analogía, sabiendo de esta experiencia de Chuo… creen que Tito ¿Le iba a decir no, al muchacho?.
Nota: Gracias a la Dra. Raiza Mundarai, por la revisión y corrección de estilo y ortografica, de este microcuento. juan carlos palomo gamarra
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