A la
bodega de Andrés Zerpa, en la calle candelaria del pueblo de Arenas, llegó un día un sujeto extraño con cara de pocos amigos. Un hombre alto,
fornido, exhibiendo una gruesa cadena y
pulsera de oro. El porte infeliz del
pobre rico. De entrada, sin dar las
buenas tardes, le pidió a Andrés Zerpa en una forma enérgica y destemplada ¡un
refresco! Los clientes, se
voltearon a verlo; algunos se intimidaron,
y otros se molestaron pero,
aguantaron callados sintiéndose sobrecogidos ante la imponente figura
del recién llegado. Andrés Zerpa, siempre atento, y para evitar mayores
problemas, lo atendió primero para complacerlo,
ignorando el refunfuño de los demás clientes. Buscó en la nevera congeladora y le destapó
un refresco friito, bañado en nieve, que le puso en el mostrador.
El fulano, al instante, le recriminó: ¿Yo
le pedí acaso una Coca Cola ?. Andrés Zerpa, con su reconocida agilidad
mental le respondió: ¡No, pero usted pidió un refresco!. El candidato lo miró
de arriba abajo despectivamente, luego aceptando el refresco, se tomó la fría Coca Cola de un solo trago.
Se aguantó la cabeza dando un sonoro bufido,
a causa del dolor y del frio que
se le fue a las sienes y la mollera. Pasado el gélido momento lanzó tremendo eructo que duraría como un
minuto. Orgulloso de su grosero acto miró a todos con desprecio, de arriba
abajo, como si nada, y seguidamente gritó
bien duro a los presentes: ¡aquí en este pueblo lo que hay es cobardes!. Ramón Corioco, hombre honesto, chiquito,
fuerte y valiente, viendo y oyendo a este hombre impertinente y
buscapleitos, que lo tenía hasta la coronilla, no lo pensó ni dos veces y le soltó tremendo
zarpazo al rostro sin lograr atinarle. Fue el único golpe que tiró porque el
forastero le dio cuatro zipotazos, sacándolo a patada limpia de la bodega; y así lo llevó
hasta casa del padre de Elianita, que
queda como a 5 casas más allá.
Gracias
a la policía y los vecinos que intervinieron,
no mata a Ramón Corioco.
Por
supuesto a quien se llevan preso con toda su oposición, bravura y
rezongadera, es al forastero.
Ramón Corioco regresa a la Bodega de Andrés
Zerpa y le dice ¡lo reventé!. Andrés Zerpa boquiabierto le responde: ¿Como
que lo reventaste?. Si te dejó vuelto trizas. Mira cómo estás de arrastrado,…
la boca rota… y con los ojos morados. Ramón Corioco, que había mantenido el puño cerrado, lo abrió y le enseñó la
cadena y el crucifico de oro que se le
habían quedado en su mano en el único garrotazo
que lanzó; y le ripostó entonces a Andrés Zerpa ¿lo reventé o no lo reventé?.
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